Los primeros años de mi infancia iba a ver la
televisión en casa de un amigo de la pandilla, de lo que recuerdo la hormiga atómica,
los picapiedra, y el meteoro submarino. En casa todavía no había televisor,
pero ya a principios de la década de los 70 pude tener televisor en mi casa,
que no recuerdo bien si fue una Lavis, o una Vanguard, que la tuvieron primero
los abuelos.
Lo que sí recuerdo fue la primera televisión en color
que tuvimos, la que daba ilusión de cine: una Thompson, que costó 150.000
pesetas de la época, en unos tiempos de los que todavía recuerdo que un albañil
ganaba alrededor de las 20.000 pesetas mensuales. "No compre un televisor
sin ton ni son, adquiera un Thompson", y "ponga un Thompson en tu
vida", era la publicidad que más o menos recuerdo en torno al televisior.
Recuerdo también que eran los tiempos de Adolfo Suárez, de por allá el año
1976, y de los que recuerdo también las emisiones de la serie "Curro Jiménez".
Si de repente en todos los rincones del mundo dejaran
de funcionar el internet, los canales de televisión, y nadie supiera cómo hacer
cine ni teatro mundo, supongo que no habría manera de medir los altos niveles
de aburrimiento que de golpe y sopetón nos caerían encima. Por eso hay que
saber valorar la parte positiva de los tiempos en los que nos ha tocado vivir.
Eso sí: supongo que nuestros antepasados debían de llevar unas vidas
aburridísimas, en comparación. No sé qué pensaréis vosotros.
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